Amanece. No pinta ser un día
bueno, me siento exhausta, fatigada, la lluvia no me ha dejado dormir. Pienso desorientada que todo es una farsa, que
Candela ya no está. Y esta maldita ternura de quererla tanto, no
me ha dejado dormir. Y eso, yo creo, que es triste. Me ha dejado, se ha
marchado y no sé cuándo volverá.
En mi memoria, queda dispersa una
noche inútil, llena de recuerdos, de
caricias tiernas. Me duele el cuerpo de pensar tanto en ella. Ha muerto la
locura y ahora vive en mí, un trozo de desesperanza. Quiero dejar de agitarme,
de responderme la misma pregunta, pero la noche es larga y me siento furiosa,
indignada conmigo misma.
Pero todo esto que les cuento es,
la verdad, un poco desconcertante, pero lo es. En días como hoy la veo ahí, en el mismo
rincón, detenida y muda y se me antoja pensar que realmente es ella.
Pero ahora siento que ya no la
veo, y comprendo que ella nunca estuvo aquí. Porque si Candela existiera, me
hubiese despreciado y humillado por contaminarla con mi pesimismo, la hubiese
abrumado con mi sola presencia.
Creo que ya no soy la misma, y ahora estoy sonriendo y esta sonrisa
cubre toda mi piel.
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